ECOLOGIA

LA AGENDA 2030 DESPUÉS DE LA PANDEMIA: REDEFINIENDO ESTRATEGIAS

Nada será igual una vez superada la pandemia derivada del COVID-19. La emergencia sanitaria pasará, desgraciadamente con miles o decenas de miles de muertos. Y luego vendrá el calvario económico-financiero, ya iniciado en muchos casos, esperemos que sea temporal y no prolongue demasiado en el tiempo. Si todo va razonablemente bien, en un año o algo más se podrá comenzar a sacar la cabeza. Hay quien opina que incluso antes. Mejor aún. De los peores escenarios, ni hablemos, menos ahora.

Mientras tanto, hay muchísimas cuestiones que se encuentran en estado de hibernación. La situación de absoluta excepcionalidad que vivimos ha devorado la normalidad, hasta convertirla en una rareza ya olvidada. Los cuadros de ansiedad y el nerviosismo irán creciendo conforme el encierro consuma días o semanas del calendario. Intentamos normalizar lo que es excepcional. Y no es fácil. Tampoco en la vida de las organizaciones públicas, que -por mucho entusiasmo que pongan los profetas de la administración digital- sigue ofreciendo innumerables puntos negros. La gestión no está siendo precisamente el punto fuerte de esta crisis, teñida de improvisación. Y la voluntad, por muy firme que sea, no todo lo arregla. Hay que tener capacidad de previsión o anticipación de riesgos, planificación, inteligencia política y organizativa, así como fuertes facultades de ejecución, imprescindibles en escenarios de excepción. Más hacer y menos anunciar. Tiempo habrá de ocuparse de ello, cuando esta dramática crisis, no solo sanitaria, sino también ya humanitaria, comience su inevitable curva descendente y se tranquilice (aunque no se normalice) la situación.

En nueve días todo ha dado la vuelta. Ya nadie se acuerda de la Agenda 2030. El joven e incipiente Gobierno se ha encontrado en poco más de dos meses sumido en la mayor emergencia que ha podido conocer la inmensa mayoría de la ciudadanía en sus propias vidas. Su programa se ha quedado obsoleto e irrealizable. Sus generosas y fragmentadas estructuras, caducas e inservibles. Ningún responsable ministerial hará lo que anunció, si es que previó algo. Un Ministerio “sin brazos” ejecutivos se encarga, paradojas de la vida, de gestionar los aspectos más sensibles de la crisis inmediata, los que requerirían más capacidad operativa. Ni tiene costumbre, ni sabía cómo hacerlo. Lo intenta. Hace «lo que puede». No es fácil gobernar la excepción. Otros departamentos esperan su turno o ensayan vanamente cómo hacer algo que sea útil, mirándose de reojo. Demasiados timoneles para un barco en plena tempestad. Aunque al timonel sanitario (un ministerio hasta hace unas semanas “casi” decorativo) le ha tocado el papel más duro en el reparto. También han llegado las primeras medidas económicas de choque, y las primeras medidas sociales. Vendrán muchas más. Sólo es el principio.

¿Ha saltado la Agenda 2030 por los aires? Aunque a algunos sorprenda, mi tesis es que en ningún caso. La Agenda sigue viva. Y no queda otra opción que tenerla muy en cuenta, aunque el Gobierno esté salpicado de origen por un desorden de reparto de atribuciones en esta materia digno de ser resaltado. Sin embargo, la Agenda 2030 tendrá un protagonismo secundario o escasamente relevante en los próximos meses (no estamos ahora, por ejemplo, para prohibir desplazamientos en vehículos contaminantes y “meter” a los ciudadanos en transportes públicos atestados de potenciales virus), pero esa es una mirada de corto plazo sin tener en cuenta que si algo necesita este país a partir de que el cielo comience a escampar, es estrategia o, si se prefiere, mirada de luces largas.  Dejar el regate corto. Abandonar el sectarismo. Y remar todos a una. O, al menos, intentarlo. Siempre habrá quien lo haga en sentido inverso.

No cabe duda que los programas de gobierno aprobados por los diferentes niveles de gobierno (central, autonómicos y locales) han sido literalmente calcinados por el COVID-2019. Al menos durante los ejercicios presupuestarios de 2020 y 2021 (si es que, en un inexcusable ejercicio de responsabilidad colectiva, se llegaran a aprobar unos imprescindibles Presupuestos Generales del Estado), la situación de emergencia sanitaria se vestirá con los ropajes de emergencia económico-financiera y social. Tampoco me cabe ninguna duda que la Agenda 2030 deberá redefinirse transitoriamente en sus prioridades y metas inmediatas. Y profundamente.

No pretendo en esta breve entrada indicar en qué sectores o ámbitos habrá que priorizar. Lo he hecho en otro lugar, un trabajo pendiente de difusión. Pero no se puede obviar que ese nuevo contrato social que implicaban los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030, deberá ajustarse, al menos durante un período, al contexto derivado de esta crisis que se está incubando. La lucha contra la pobreza vuelve a primera línea, como asimismo la protección de la salud y la ansiada conquista del bienestar, del trabajo “decente” y del desarrollo económico, ahora parado en seco y con marcha atrás. No deja de ser una paradoja que, en esta emergencia sanitaria, muchos de quienes nos permiten subsistir sean personas que trabajan en empleos precarios y mal retribuidos, mientras otros con trabajo estable y razonablemente o bien retribuido se protegen en sus domicilios. En fin, la reducción de la desigualdad será un ODS importante también en este período. Pero, todos lo son. El problema es que algunos de tales objetivos dormirán un tiempo. Ya habrá tiempo de reanimarlos. Ahora toca lo inmediato.

Si alguna utilidad tiene la Agenda 2030 es que debería hacer pensar estratégicamente a la política y a las administraciones públicas, superando esa visión de corto plazo que ahoga las agendas políticas, directivas y burocráticas: saltar el muro de la legislatura y mirar más allá es lo que nos permite la Agenda.  Algo imprescindible, pero apenas practicado. Y tiene un gran valor, que no se debe perder.

Y, como vengo insistiendo en este Blog, nada de la Agenda 2030 se conseguirá realmente sin una inversión firme y decidida (política, normativa, ejecutiva y social) en la construcción de un sistema de Gobernanza Pública efectivo y eficiente (ODS 16). Si algo nos está enseñando dramáticamente esta crisis triangular (sanitaria-económica-social), aunque aún sea pronto para advertirlo, es que el sistema institucional y de gestión tiene un enorme recorrido de mejora. En lo que afecta en estos momentos a algunas de las dimensiones de la Gobernanza Pública, la situación está ofreciendo unos flancos de debilidad incontestables para detener este desastre humanitario que se está gestando en nuestro país. Por ejemplo, en ámbitos tales como: integridad pública y ejemplaridad, ética del cuidado, transparencia efectiva, administración digital, gobernanza interna o gestión eficiente de las organizaciones públicas, así como de una correcta dirección, gestión y reasignación o movilización de recursos humanos del sector público, o (la ya más que visible) carencia de perfiles estadísticos, informáticos, ingenieros de datos y matemáticos en las Administraciones Públicas. No es ninguna casualidad que sean precisamente Italia y España, con sus enormes debilidades político-institucionales y administrativas (por no hablar de las financieras), los países europeos dónde, por ahora, se está cebando más la destrucción del virus.

Invertir en un modelo de fortalecimiento institucional en sus múltiples facetas o dimensiones (especialmente, en lo que afecta a reforzar las capacidades institucionales y organizativas, la anticipación y prevención de riesgos, la gestión eficiente, la administración digital, los datos abiertos y la protección de datos, así como corregir la política errática e inútil de gestión de recursos humanos en el sector público, etc.), comienza a ser un reto inaplazable.  También el liderazgo contextual es eso. Liderar ese cambio.

No se saldrá adecuadamente de esta tremenda crisis sin un proceso de transformación radical de nuestro sector público. Ya no valen medias tintas. Ni miradas autocomplacientes. Reinventar el sector público será imprescindible, tras la ola de devastación que ya está destrozando sus frágiles cimientos. Quien no lo vea, es que está ciego. O sencillamente que vive en su cápsula ideológica o en su zona política de confort, fuera del mundo real. El gran problema al que nos deberemos enfrentar es que esa política de vieja factura o esa Administración destartalada e ineficiente pretendan seguir funcionando en un futuro inmediato como si nada hubiese pasado. Y está pasando mucho. Más lo que hoy en día se puede ver “desde casa”. Mucho más.

LA POLÍTICA ANTE EL NUEVO RÉGIMEN CLIMÁTICO (A propósito del libro de Bruno Latour, «Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política», Taurus, 2019)

bruno Latour

«La creciente desigualdad, ‘la ola de populismo’ y la crisis migratoria deben ser asumidas como tres respuestas, comprensibles aunque ineficaces, ante la tremenda reacción del suelo a los estragos que la globalización le ha hecho padecer» (p. 37)

“El vacío de la política sería incomprensible sin tener en cuenta que la situación carece de todo precedente. Es desconcertante” (p. 69)

 

La celebración de la oportuna iniciativa estudiantil denominada Fridays for future en defensa del planeta, por cierto con escasa (aunque esperanzadora) repercusión todavía en España, ha venido acompañada de reportajes y análisis sobre tan trascendental cuestión, pero –salvo error u omisión por mi parte- no he visto referencia alguna a la profunda reflexión que sobre ese fenómeno representa la obra de este ensayista, antropólogo, filósofo y sociólogo francés que es Latour.

En su reciente libro, difundido en castellano a partir de febrero de 2019, el autor acuña la expresión nuevo régimen climático para situar al lector sobre lo que es la nueva era que, en esta materia, se abre a partir de un acontecimiento histórico preciso: el acuerdo sobre el clima realizado el 12 de diciembre de 2015 en París, donde –según sus propias palabras- “los países firmantes comprendieron con horror que si llevaran a cabo sus respectivos planes de modernización, no habría un planeta compatible con sus expectativas de desarrollo. Necesitarían varios planetas, pero solo tienen uno”.

Como también reconoce Latour, la sensación de angustia comienza a ser profunda “porque empezamos a sentir que el suelo desaparece bajo nuestros pies”. La humanidad migra buscando territorios por redescubrir y reocupar. La paradoja es que no se trata de nuevos descubrimientos de tierras ignotas (como se hizo en la etapa de la colonización), sino de ir allí dónde ya residen personas, entrar en su hábitat y compartir su espacio. El Nuevo Mundo es realmente el Viejo. Los viejos países antes colonizados llaman a la puerta de los colonizadores o, en su defecto, buscan el paraguas de los países “desarrollados” en los que la vida es, al menos en apariencia, más amable. En poco más de cinco siglos cómo han cambiado las cosas.

La tesis del libro citado es muy clara: “Migraciones, explosión de las desigualdades y nuevo régimen climático son, entonces, la misma amenaza”. Y de ella surge la tentación populista: “Levantemos fronteras estancas y así nos libraremos de ser invadidos”. Convergen, en este caso, dos tendencias muy claras: el “negacionismo climático” (o el “relativismo del cambio climático”, todavía muy presente) y la construcción de “fortalezas doradas”. Vanos empeños. Esos tres fenómenos citados producen otra consecuencia: no se trata tanto de actuar como de huir: buscar dónde aterrizar. Unos (el 1 por ciento, o los más ricos) hacia el exilio dorado; otros levantando muros, y los más miserables tomando la vía del exilio.

La tensión Global/Local se impone. Ante el empuje de la modernización, la población se refugia en lo local (en su propio Estado, en su país, nación, región o ciudad). Es la paradoja de la modernización: resucita lo más antiguo en su imposible combate con lo global. Algunas realidades políticas se deshilachan. En otros casos, el retorno a lo local se intenta compatibilizar falsamente con lo global: no se trata –parafraseando a Marx del camino de la tragedia hacia la farsa, sino más bien de una bufonada trágica. El desconcierto emerge.

La tensión Izquierda/Derecha se ve absolutamente superada por otra: Modernización/Ecología. Sin embargo, a juicio de Bruno Latour, la ecología como movimiento político ha fracasado por completo, sin que ello lo palie un reverdecer puntual de ese tipo de partidos en algunos países de Europa occidental (a su juicio, tal vez exagerado, “las formación verdes siguen siendo marginales en todas partes”). El problema de fondo es que tales fuerzas ecológicas han pretendido jugar siempre en el terreno de la Izquierda (animada esta siempre por la cuestión social, así como por “el progreso” o la Modernización), mientras que ahora el problema futuro es muy otro: transformar la rígida visión Izquierda/Derecha en el nuevo vector Moderno/Terrestre. Una operación de enorme dificultad, pues como reitera una y otra vez el autor “es poco probable que alguien pueda ser movilizado con la propuesta de retroceder”. Pero, hay que intentarlo. No existe otra alternativa. Y en ese empeño cualquier alianza política es válida: “Debemos aprender a reconocer un conjunto de nuevas posiciones, antes de que los militantes del extremo Moderno acaben con todo”.

Se trata, por tanto, de una lucha existencial, pero no por salvar al planeta Tierra, sino por salvar a la humanidad. La nueva cuestión “geo-social” será determinante en el siglo XXI. Se impone, así, un nuevo régimen (político) climático que condicionará la vida futura de la humanidad. Y no a muy largo plazo. En efecto, Bruno Latour utiliza la noción científica de “Zonas críticas” para identificar lo que realmente hay que salvar. No se trata del planeta, pues este continuará, aunque lo humano desaparezca. La construcción del polo “Terrestre” la realiza el autor limitándola “a una minúscula zona de pocos kilómetros de grosor entre la atmósfera y las rocas madre. Una película, un barniz, una piel, unas capas infinitamente plegadas”. Es lo que sobre todo y ante todo se debe preservar: nuestro hábitat. Pero ya no debemos hablar tanto de humanos, sino de terrestres. Es una cuestión más de civilización que de economía, si bien la transición será, una vez más, compleja. La economía sigue mandando.

La tensión ya está clara: “Aferrarse al suelo, por un lado; mundializarse, por el otro”. Lo Local rompe esa perspectiva y equivoca el foco del problema, pero cada vez tiene más predicamento en las sociedades occidentales, preñadas de populismo (levantar muros y cerrar fronteras está de moda, y tiene muchos seguidores). Tanto lo Global como lo Local promueven una imagen equivocada de lo que realmente acaece. Como expresa inigualablemente el autor galo: “Es por falta de territorio que el pueblo termina por faltar”. Y concluye: “El polo de atracción Terrestre puede devolver el sentido y dirección a la política, encargada de prevenir la catástrofe que desencadenaría la fuga hacia lo Local y el desmantelamiento del llamado orden mundial”. El libro termina con una exquisita reflexión personal del autor sobre Europa como “suelo habitable” y todas las contradicciones que encierra el choque de la mundialización y las migraciones: “Nosotros vinimos a vuestro territorio sin consultaros, vosotros vendréis al nuestro sin consultarnos. Toma y daca”. Sin embargo, Europa –a pesar de sus innegables dificultades actuales como proyecto político- sigue siendo nuestra última esperanza. Al menos, así lo expresa Latour.

En fin, sumidos como estamos en una plúmbea y desmovilizadora campaña electoral, bien harían las fuerzas políticas en liza por introducir racionalmente en el debate este enorme problema que tendrá muy serias y relativamente inmediatas consecuencias futuras sobre amplias zonas del territorio español, en la triple y estrecha dimensión expuesta: desigualdad, migraciones y cambio climático. Pero la sensibilidad “verde” o “ecológica” nunca fue nuestro fuerte como medio de expresión política, sino claramente anecdótica o periférica. Y esa enorme carencia sigue existiendo. Tal vez la lectura de esta estimulante obra de Bruno Latour nos pueda servir para abrir los ojos, al menos a algunas personas. Aunque no cabe llamarse a engaño: al común de los votantes, este tipo de mensajes nunca les han calado, pues los efectos del cambio climático eran poco perceptibles a corto plazo o incluso negados. No obstante, en poco tiempo veremos cómo ese disputado suelo europeo, también español, será muy disputado. De hecho ya lo es. Muchos quieren y querrán aterrizar en él. Pues amplias zonas de esa fina capa terrestre se transformarán (ya lo están siendo) en lugares inhóspitos. Por ello me sigue sorprendiendo la estulticia humana cuando se afirma una y otra vez que está haciendo un tiempo espléndido en pleno mes de febrero o marzo donde los termómetros se disparan a valores propios de los meses de mayo o junio, y la lluvia no hace acto de presencia. Quizás no somos conscientes de esa estrecha relación entre desigualdad, migraciones y cambio climático. Hasta que nos estalle en las narices.