LA MIRADA (CRÍTICA) DE VARGAS LLOSA SOBRE LA OBRA DE GALDÓS

galdós

Preliminar

Hay libros que se venden solos. Son aquellos que, firmados por autores de prestigio, más aún si fueron galardonados con el premio Nobel, tienen detrás una pujante maquinaria editorial y una penetración intensiva en los medios de comunicación (dado el perfil mediático del autor), así como loas tempranas de una crítica a la que, cabe presumir, previamente se le ha hecho llegar la obra, antes incluso de su lanzamiento. Así se trilla también el camino del éxito para que una obra triunfe ante el público y dé el consabido rendimiento económico a todos los actores que intervienen en ese proceso. Esto se produce en el siglo XXI, en una España aparentemente teñida de modernidad y de millones (mentira absoluta) lectores potenciales. En efecto, hay autores que hoy en día pueden vivir, y muy bien (aunque solo sean algunos pocos), de sus obras.

Nada que ver con lo que sucedía en este país, plagado entonces de analfabetos y de una pobreza lacerante, durante las últimas décadas del siglo XIX y las dos primeras décadas del siguiente, años en los que desplegó su actividad de escritor Benito Pérez Galdós. En aquellos años, vivir de la literatura era una auténtica heroicidad. Había que multiplicarse en la función de auténtico escribidor. Y ello tenía sus riesgos. Entre ellos sin duda estaba el que se produjera una obra desigual. Nada extraño, por cierto, ya que la España de entonces no era la Inglaterra de Dickens ni la Francia de Flaubert, Balzac o Zola. En pocas palabras: el contexto manda. Y no se puede analizar una obra ni una trayectoria tan prolífica y generosa como la de Galdós, sin enmarcar correctamente esas circunstancias. Benito Pérez Galdós, como señala Vargas Llosa, fue “el primer escritor profesional que tuvo nuestra lengua”. Por ello sorprende al lector –al menos a mí me ha sorprendido- que el autor peruano descontextualice tan a menudo en su libro su mirada crítica hacia el autor canario. La diferencia es clara: Galdós murió en la estrechez, por no decir en la pobreza; mientras Vargas Llosa lo hará con la cuenta corriente saneada y su patrimonio bien nutrido. Tiempos distintos. Que marcan también la obra de los autores.

Tarea tardía y con doble objetivo no confesable

Debo reconocer que asimismo me ha sorprendido la sinceridad y honestidad del autor cuando reconoce que “tenía muchas ganas de leer a Pérez Galdós de principio a fin”, pues cuando era estudiante lo había hecho con Fortunata y Jacinta (una de las obras que ensalza como obra maestra, aunque con algunas objeciones puntuales). Un premio Nobel de Literatura, además de lengua castellana y residente en España desde hace décadas, que reconozca que ha leído “de principio a fin” la obra de Galdós a partir de los 83 años, aprovechando la pandemia, le honra por su esfuerzo y transparencia, si bien no deja de ser llamativo. Más sorprendente lo es que esa inmersión en la obra del autor canario coincida con el centenario de su muerte, justo cuando en España, a pesar del confinamiento, se ensalzó por doquier la figura de Galdós y su propia producción literaria (con alguna excepción, como el escritor Javier Cercas, aunque luego este matizó algo su primer juicio). Tal vez sea mera coincidencia, si bien la impresión que recibe el lector no rendido siempre los encantos literarios de Vargas Llosa, que los tiene sin duda, es que este libro al repasar la obra de Galdós denota un intento de dejar las cosas (esto es, a Benito Pérez Galdós) en su sitio, según el escrutinio (a veces muy duro, pero endulzado también con innegables halagos) que tiene quien parece erigirse (da esa impresión, que puede ser equivocada) como juez supremo del buen escritor y no como aparenta; esto es, como mero lector o como crítico objetivo. El lenguaje y las formas de expresarlo, no son temas menores en estos casos. Como sabe sobradamente el autor. 

Es necesario advertir, con la finalidad de no ser injusto, que el libro de La mirada quieta (de Pérez Galdós), es, en verdad, de crítica literaria. Y, por tanto, tiene ese objetivo. A quien le guste la crítica literaria es muy posible que lo disfrute (ya se anuncian presentaciones y debates entre autores y críticos), mientras que a aquellos que no le seduzca ese enfoque tal vez les resulte un tanto alejado o incluso poco atractivo. Ha de quedar claro que no es una biografía (aunque tenga rasgos anecdóticos en algún pasaje) ni nada que se le parezca. Es un ensayo literario sobre la obra de un autor. Aunque más bien me inclino a pensar que se trata de una inversión de lectura; en sentido estricto. Dicho de otro modo: ya que Vargas Llosa ha estado –tal como confiesa- año y medio leyendo a Galdós “de principio a fin”, con lápiz acerado y mirada aguda de crítico literario,  así como haciendo fichas de cada novela, obra de teatro o de los episodios nacionales (lo que acredita sobradamente), ahora toca juntar los comentarios cronológicamente de cada una de esas obras leídas y escrutadas, contándole con buena prosa a los innumerables potenciales lectores el resumen de qué va cada obra de Galdós y, sobre todo, calificando (no con estos términos) si la obra analizada es excelente, mediocre o mala, en clave de crítica literaria. Aunque al autor, todo hay que decirlo, se le escapa en algunos pasajes puntuales su concepción conservadora-liberal, incluso con una crítica pasajera y dura del autor canario, llegando a negar en verdad, aunque sí lo reconoce en otros pasajes del libro de forma contradictoria, que fuera incluso “un liberal”, que lo fue; como también, al final, republicano y próximo, incluso, al socialismo (ver, por ejemplo, el pegote recogido en las páginas 292-293; luego replicado en parte en la página 344, donde se contiene un juicio lapidario sobre el autor y el liberalismo español decimonónico como alejado totalmente de la realidad económica, lo cual así formulado tampoco es completamente cierto en ambos casos). No se le puede pedir a Galdós que fuera un liberal económico avant la lettre. El liberalismo del siglo XIX, incluso en Europa, aún estaba muy alejado, por fortuna, de ese brutal neoliberalismo que terminaría dejándolo desarmado ideológicamente en sus esencias, como puso magistralmente de relieve Elena Rosenvalt en su importante libro La Historia olvidada del liberalismo (Crítica, 2020).  

El libro que reseño, aplaudido por la primera crítica hasta ahora publicada, me produce la impresión de que es –con todos mis respetos hacia un autor de la talla de quien lo escribe- una sucesión de fichas de pocas páginas de todas y cada una de las obras de Galdós, con la particularidad de que dedica (injustamente) más o menos el mismo espacio a las grandes novelas u obras de teatro que a las secundarias, ensalzando las primeras y censurando (algunas veces agriamente) las segundas. Ciertamente, puede (y seguro que debe) ser así en un estudio de tales características (crítica literaria), pero no deja de llamar la atención del lector profano.

Sin embargo, hay otra duda que me asalta: ¿era necesario escribir este libro para decir, algo que ya todos sabemos, esto es, que Benito Pérez Galdós era un gran escritor? Pues eso se dice, al menos en la contraportada del libro y algo de ello se desliza –sin excesivas alharacas- en su contenido, y con ello se concluye en términos más contundentes. El libro transita, así, por una de cal y otra de arena (muy intensa esa dualidad, por lo demás constante, en su análisis, a mi juicio lo más flojo del libro, en su tratamiento de los Episodios Nacionales). Parece que en este libro hay más trasfondo, y no es otro que –desde un plano de lectura objetiva y si se quiere empírica- en el presunto equilibrio entre alabanzas y censuras al modo de escribir del autor canario la balanza se inclina numéricamente hacia las segundas, y algunas de una dureza evidente: “novelita sin aliento ni forma”, “panfleto superficial y alambicado”, “jerga agresiva que utiliza el autor”; “abuso de grandes palabras”, “la hinchazón exagerada del lenguaje”; novela “bastante descoyuntada”; “más que una novela es una guía de Madrid y sus barrios”; “todas estas historias están mal organizadas y peor contadas”; “obra con más fallas que aciertos”; “superioridad artificial y petulante del narrador”; y un larguísimo etcétera. Sin duda, hay numerosas alabanzas a la obra del autor y también a su persona, pero llama la atención el número y la constancia, así como la reiteración, de las censuras. He tenido la paciencia de detectar los halagos y las censuras que se contienen en el libro, y les puedo confirmar que son más las segunda que las primeras. No descansa el autor en destacar una y otra vez, junto al halago, sus fallos, descuidos y desaciertos de quien, también afirma de inmediato, fue un gran escritor, aunque –a juicio de su crítico- bastante menos de lo que se piensa. Me objetarán de inmediato que es –como ya he dicho- un libro de crítica literaria. Pero, esta es la imagen que queda al lector desarmado (no especialista) tras leer este último trabajo de Vargas Llosa.

Episodios Nacionales

Ni siquiera con los Episodios Nacionales es demasiado indulgente el autor. Debo reconocer que, como ya he anticipado, es la parte del libro que menos me ha gustado, por su relativo desorden expositivo, sus carencias y también sus disquisiciones absurdas fuera de contexto sobre la obra de Galdós, como son sus referencias al feminismo radical frente a la obra del autor canario y los perfiles de mujer que en ella aparecen, que también reitera en otros pasajes (totalmente fuera de contexto). Impera el esquema habitual de un tono descriptivo (relatando algunos contenidos y personajes), con valoraciones críticas entremezcladas con parabienes. Quizás, lo mejor es la descripción de algunos personajes de los Episodios. Es verdad que a los Episodios les dedica algo más de espacio (poco más de cuarenta páginas), aunque trufa el libro de referencias puntuales a esa obra escrita en dos momentos muy diferentes, y en los que Pérez Galdós tenía –algo que reconoce- una visión de España muy distinta, fruto de que los problemas se habían enquistado y las soluciones eran meramente formales, e insatisfactorias a todas luces. Es cierto que ensalza los Episodios, pero también algunos de ellos los critica a veces con dureza, echando en cara incluso que se trata en ocasiones más de ensayos (¡claro que sí!), que propiamente hablando de novelas; censurando que Galdós no entendió nunca lo que Flaubert enseñó al mundo: “La invención del narrador es el primer y más importante paso que debe dar quien es el primer y más importante paso que debe dar quien se dispone a escribir una novela”. Vargas Llosa repite hasta el aburrimiento esta idea. Lo que cansa sobremanera. Son no pocas las reiteraciones en las que incurre el autor, lo que denota –algo que echa en cara constantemente a Galdós- que tampoco él ha revisado detenidamente este texto. En todo caso, recriminar que el autor canario corrigiera sus textos a vuelapluma y no hiciera dos o tres versiones de cada una de sus obras, es una vez más descontextualizar el momento y la circunstancias en las que escribió Galdós. Muy distintas y distantes, por razones obvias, al momento actual.  

También me han sorprendido algunos juicios del autor cuando afirma lacónicamente, y sin justificarlo en absoluto, que “Pérez Galdós no era un gran pensador”. Ciertamente, ese juicio lo emite al inicio de libro, comparándolo con Ortega y Gasset (quien tampoco le regaló nada en vida de Galdós) y con Unamuno. Pero queda la duda de si ha leído con la atención debida y el sosiego necesario, más allá de sus penetrantes ojos de crítico literario, los Episodios Nacionales. En efecto, tal obra es novela, no cabe duda; pero también tiene mucho de ensayo y, además, muy penetrante. Y llama la atención cómo a un lector tan atento de Isaiah Berlin (pues llegó a prologar en una de sus ediciones su magnífica obra El erizo y el zorro, Península, 2016), se le escape la modernidad del pensamiento de Benito Pérez Galdós contenido, principalmente, en algunos de sus Episodios, que representan tal vez el mejor análisis que se ha hecho en el siglo XIX y parte del siglo XX, de la política y de la administración en España, cuyo pesado legado sigue hipotecando el curso actual de nuestros días. Sus dos modestas páginas dedicadas a la política en los Episodios, son malas y pobres. Da la impresión de que esa lectura voraz ha tenido en ese caso una exclusiva orientación literaria, sin analizar debidamente el contexto histórico.

A modo de cierre   

En fin, a un modesto lector –como es mi caso- totalmente alejado de los devaneos de la crítica literaria y atento por intereses que ahora no importan hacia parte de la obra de Galdós, especialmente de los Episodios (aunque no solo), el libro de Vargas Llosa le dice muy poco. No obstante, de algo me ha valido su lectura, a fuer de ser sincero. Y alguna cosa puntual siempre se aprende, aunque –como se aprecia en esta reseña- el libro no me haya gustado, incluso en algunos pasajes (no pocos, por cierto) me haya disgustado. Pero habrá una legión de críticos y lectores que lo aplaudan, como ya lo han hecho algunos. Se venderá muchísimo, por las razones expuestas.  Y será elogiado, sin duda. No en vano, lo que diga un autor del prestigio intelectual de Vargas Llosa, no es menor en su impacto y consecuencias. Tampoco para la figura pasada, presente y futura de Galdós. Y de ahí su enorme responsabilidad. A mi modo de ver no adecuadamente asumida. A muchos lectores, no obstante, les encantará. Como dice el autor al principio del libro, recordando una reflexión de su abuelo, “sobre gustos y colores no han escrito los autores”. Lo aquí reflejado es personal e intransferible. Por tanto, lean el libro y juzguen, quienes tengan interés. Seguro que serán muchísimos quienes discrepen de lo que aquí se dice, e incluso no habrá pocos que me tachen de ignorante en asuntos de crítica literaria, lo que ya anuncio que lo soy. Pero también llevo leyendo y releyendo a Galdós un largo período, bien es cierto que con otra mirada muy distinta y distante de la del autor del libro reseñado, y alguna opinión, por irrelevante que sea o pueda parecer, tengo al respecto.  

El libro, por otra parte, está ayuno de otros acompañamientos intelectuales que unas escasas citas, las más de las veces a la biografía de Yolanda Arencibia sobre el personaje de Galdós (sin duda, como reconoció tempranamente el también escritor Fernando Aramburu, la mejor obra biográfica sobre el autor canario), y alguna otra al también biógrafo reciente Francisco Cánovas o a María Zambrano.  Poco más. Los innumerables historiadores españoles que han trabajado y citado los Episodios Nacionales (por ejemplo, Jover Zamora que, con toda razón, censura algunos de los enfoques de esos últimos episodios), ni siquiera se asoman a estas páginas. Tampoco Salvador de Madariaga. Se sobresalta el autor en algún pasaje de la violencia que relata Galdós en ciertos Episodios; sin embargo, si alguien lee la obra del profesor Eduardo González Calleja, Política y violencia en la España contemporánea I (Akal, 2020), advertirá de inmediato que el juicio de Galdós era incluso muy complaciente. Por lo demás, no hay ni una sola referencia a los Anales Galdosianos (hoy en día en abierto, en la página del Instituto Cervantes)Por lo que cabe presumir que ni siquiera se han consultado. O, al menos, nada se dice.  

Se trata, además, de un ensayo de estructura lineal y fácil en su desarrollo (salvo en el análisis de los Episodios Nacionales; que peca de otros vicios ya expuestos), sin ninguna conclusión relevante que vaya más allá de lo ya sabido en términos de reconocimiento de la obra grande de Galdós. Ahora bien con el valor añadido de analizar desde la óptica de la crítica literaria la obra menor del autor canario, poniendo negro sobre blanco sus debilidades más que sus fortalezas, sin ser consciente (o no queriendo serlo) que quien escribió en ese contexto ya citado nada tenía que ver con la pretendida erudición soberbia que acredita quien mira con la distancia de más de un siglo a un grandísimo escritor que, especialmente por su carácter magnánimo y sus necesidades reales o creadas, tuvo que trabajar a destajo en un país y en una sociedad muy distintas a las que vive su escrutador. Sobre cuál sea la intención final del autor al escribir este libro, al margen de lo ya expuesto, solo puedo intuir algunas cosas. Y, como son solo intuiciones, mejor me las callo.

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