SABIDURÍA POLÍTICA. MANUAL PARA TIEMPOS DE CRISIS

“A los líderes políticos los veo pasivos, los veo administrando la crisis de sus respectivos presupuestos. Me da la impresión de que estamos navegando, como flotando en medio de un desastre, y estamos como unos tontuelos diciéndonos bobadas entre nosotros, como si eso fuera importante”

“Estoy luchando por ideales. Macanudo. Pero no puedo sacrificar el bienestar de la gente por ideales. La vida es muy corta”

(José Mujica en sus palabras, Debate, 2020, p. 139).

Aunque el pensamiento recogido de Pepe Mujica en el reciente libro que reseñábamos en la entrada anterior da para mucho más (especialmente su visión sobre la globalización y los problemas medioambientales que padece la humanidad), hoy toca aportar unas breves píldoras sobre cómo tan singular personaje ve la actividad política, el comportamiento de quienes ejercen (siempre transitoriamente) el poder en los sistemas democráticos y de qué manera una persona con una visión claramente marxista de la sociedad (aunque renegando del leninismo, tan presente aún entre nosotros) es capaz de enfundarse el mono del pragmatismo.

Mujica siempre ha ensalzado la sobriedad hasta convertirla a paradigma o incluso en apología. En esto es más epicúreo que estoico. Y ha censurado el consumo irresponsable (sea de lo que fuere, también de aparatos tecnológicos), así como el despilfarro, también público.

Enemigo de las políticas de austeridad, que representan, según él, un austericidio, su pragmatismo político aboga por una idea-fuerza que atraviesa su pensamiento, sobre todo tras el ejercicio del poder: el poder de la gestión. Nuestro auténtico talón de Aquiles, que la izquierda (no siempre, por cierto) ni la política en general valoran en su justa medida, sólo retóricamente, es el déficit de gestión (y no digamos más): “Al final de mi vida estoy descubriendo que el poder es la gestión. Quien se plantea el poder tiene que aprender el duro oficio y el compromiso de la gestión”. Hay que repensar el papel de los bienes públicos y reeducar en la gestión, también a los sindicatos (muy crítico, por cierto, con ellos en algunas de sus intervenciones). Su mirada amable hacia el emprendedor (empresario) responsable, es digna de tener en cuenta.

Sobre la necesidad de una buena gestión como premisa de una buena política vuelve en distintas intervenciones. Pero, para hacer buena política, y aquí Pepe Mujica sigue los consejos de Epícteto, hay que escuchar: “Para mí la política es el arte de extraer sabiduría colectiva poniendo la oreja”. Más explícito aún se muestra cuando trata la política del largo plazo, censurando esa tendencia tan común en nuestros días de hipotecar a las generaciones futuras: “La política es el intento de tratar de colaborar con nuestra especie, de dejar algo para los que van a venir”. Y la mirada de “luces cortas” de nuestra política actual, sin ninguna visión estratégica, también sale malparada de sus palabras: “Este es el problema que tiene la política: la política está reaccionando con fotos, lo de hoy; y hay una resistencia a mirar adelante, a intentar adivinar cómo va a ser el futuro”. El muro del mandato y el cortoplacismo, así como la política espectáculo, lo ciega todo.

La política es, asimismo, decisión sobre prioridades, que -como siempre recuerda el profesor Manuel Zafra, siguiendo a los clásicos- pueden ser igualmente valiosas. Una idea que Mujica traslada de forma correcta: “La política es elegir decisiones y elegir decisiones que pueden favorecer a uno y perjudicar a otro”. Ahí radica la esencia y allí mismo su drama. Hay quien opina que gobernar es sencillo, que sólo radica en hacerse con el poder. Ingenuidad peligrosa. Lo expone crudamente: “Descubrimos que gobernar era bastante más difícil de lo que pensábamos, que los recursos fiscales son finitos y las demandas infinitas; que la burocracia tiene vida propia; que la macroeconomía tiene reglas ingratas pero obligatorias; y hasta tuvimos que aprender, con mucho dolor y con vergüenza, que no toda nuestra gente era inmune a la corrupción”.

En efecto, la ética pública es asimismo una premisa de la buena política. Corrupción siempre habrá, la cuestión clave es establecer sistemas que impidan que los corruptos se beneficien, menos aún que se instalen en el poder: “A los que les gusta la plata hay que correrlos de la política. Son un peligro”. El comportamiento ético fue su guía, no siempre seguida por el resto de los políticos (algo que hoy en día nos avergüenza): “La gente es jodida a veces. Dono la mayor parte de mi sueldo. Sin embargo, no logré que casi nadie del gobierno ponga un peso para las casas de los pobres”.

La coherencia entre lo que defiendes políticamente y lo que practicas en la vida cotidiana es algo que resalta, una y otra vez, el ex presidente de Uruguay: “Y es bueno vivir como se piensa, de lo contrario pensarás como vives”. U otra perla: “Se me caería la cara de vergüenza si para dar una conferencia voy a cobrar”. En realidad, lo que se erosiona con esas diferencias entre clase política y ciudadanía es la confianza pública en las instituciones, personalizada en sus propios gobernantes o en los políticos en general: “El distanciamiento de los gobiernos del modo de vivir corriente de la gente termina colocándonos a tal distancia que la gente termina despreciando la política”. Y ello puede producir turbulencias sinfín, más en momentos de crisis económica, en los que ya estamos sumidos: “No es casual que el disgusto sume gente desorientada a la peor de todas las salidas. Existe un presagio autoritario que vuela sobre los cielos de la democracia impotente, incluso con apoyo plebiscitario”. Hoy en día, se llama populismo. Anótenlo con trazado grueso. Puede ser opositor, pero también gubernamental.

La crisis ya está aquí. Y ahora, más que nunca, es cuando necesitamos liderazgos contextuales, menos retórica política y más prosa (buena gestión), así como mucho sentido común (“si algo tengo que criticarle a mi izquierda es el renunciar al uso sistemático del sentido común”). Los políticos de otra época, los de siempre, aquellos que quieren hacer las cosas como siempre (guardándose sus privilegios), deben dar un paso atrás. Ya no nos sirven. Es la hora de la visión larga, del pragmatismo solidario, de atender a infinidad de personas que lo van a pasar muy mal, pero no descuidar el pulso de la economía, de ser rigurosos en la gestión de los recursos. Y seguir una vez más algunas de sus ideas: “Si no multiplicamos riqueza todo lo demás es bla, bla, bla”.

Pepe Mujica, ese “predicador laico, a veces indignado”, como a sí mismo se define, lo expone con toda crudeza, pero también con enorme claridad: “Tenemos que aprender a gobernarnos y este es un dilema. Si lo lograremos o no, no lo sé”. En los tiempos tan difíciles que estamos viviendo y más aún viviremos, esta es la premisa fundamental. De su correcta resolución nos va la vida, pero también nuestra propia felicidad. Sabios consejos de un político insólito, para desgracia de todos.

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