
“Recuerda: para que te hagan daño no basta con que te golpeen o insulten, debes creer que te han dañado. Si alguien consigue provocarte, date cuenta de que tu mente es cómplice de la provocación” (Epicteto)
“Hemos nacido para una vida acomodada: todo lo hemos hecho difícil por hastío de los recursos fáciles” (Séneca)
“¡Qué corrupto y falso el que dice: ‘He preferido jugar limpio contigo’! ¿Qué haces amigo? Esto no es necesario decirlo de antemano: se demostrará por sí mismo” (Marco Aurelio)
Hay libros que, si bien breves en su extensión y de aparente sencillez en su contenido, son impecables en su resultado. La obra de John Sellars, un Profesor universitario inglés de Filosofía, reúne todos esos atributos. No es (solo) un ensayo de divulgación ni pretende ser una medicina de la mente, menos aún un libro de autoayuda. Sin embargo, podría tener algo de todas esas cosas, pero también mucho más. Es una obra de un especialista. Y se advierte. Aunque vaya destinada al público no especialista. Y ese es, a mi juicio, uno de sus aciertos. Al especialista nada le dirá, pero a quienes no lo somos nos ayuda a comprender mejor qué es el estoicismo y en qué medida puede ser aplicable a nuestros días.
En esta era tan convulsa e incierta en la que nos ha tocado vivir, con momentos de aceleración permanente donde se entronizan e idealizan aspectos banales, se cultiva con desmesura el ego, en la que el escepticismo cuando no el desencanto o incluso el cinismo se instala en nuestras existencias, así como la competencia desmedida y el consumo enfermizo, volver la mirada hacia la filosofía es un sano y recomendable ejercicio, precisamente cuando cotiza tan a la baja en esos planes de estudio que se diseñan por mediocres titulados con patente de funcionarios, bajo las directrices poco ilustradas de una política que se deja impresionar por lo contingente y olvida lo esencial. Ya lo decía Marco Aurelio, “¿qué banales estos hombrecillos de la política, que, según ellos, actúan como filósofos! Llenos de mocos” (Meditaciones, Alianza).
De la mano de la triada estoica representada por Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, con puntuales incursiones en otros muchos precursores o pensadores estoicos (por ejemplo, Zenón o el menos conocido Musonio, que abogaba por una suerte de igualdad de género hace veinte siglos), el autor pasa revista a algunas cuestiones centrales en las que se proyecta esa corriente filosófica que se conoce como estoicismo, aplicando sus enseñanzas a lo que denomina como la “vida moderna”; esto es, a nuestra existencia actual. No en vano, las ideas fundamentales del estoicismo “han influido en el desarrollo de ciertas ramas de la psicología conductual”, tal como dice en sus páginas finales el autor de la obra que se reseña.
Cuando nuestras preocupaciones y expectativas inmediatas las volcamos en lo que Epicteto consideraba como ámbitos que están fuera de nuestro control, y sobre los que nada podemos hacer realmente, descuidamos absolutamente aquellos aspectos en los que sí disponemos de capacidad de ejercer un dominio, como es nuestro propio carácter y el modo en el que este se manifiesta en relación con el entorno. Cuidar ese carácter y, a través de ello, nuestras acciones, nos mejorará a nosotros mismos y también la relación con los demás. La búsqueda de la virtud fue siempre la meta del estoicismo.
Hoy en día, sin embargo, el cuidado que impera es el físico, o más bien el de la (falsa) imagen o el cuerpo (aparentemente) saludable. Vendemos (o pretendemos vender) lo que no somos y aparentamos (o queremos aparentar) lo que nunca podemos ser. Lo virtual y la distancia física permiten esa mentira o disimulo permanente que edulcora la realidad, como nunca lo ha hecho. Y lo que nos queda por ver. Tenemos miles de “amigos virtuales” y en verdad se cuentan con los dedos de una mano o poco más los reales. Como dice el autor, “Sócrates fue célebre por reprocharles a los atenienses que prestaran tanta atención sus cuerpos y sus posesiones y tan poca a sus principios y conducta”, ya que en estos últimos factores reside “la clave de una vida buena y feliz”. Sin embargo, en un mundo tan duro como el contexto derivado de la pandemia y de sus letales efectos, alcanzar la buscada felicidad puede ser una compleja meta y un inalcanzable objetivo, más si no la buscamos en nosotros mismos. La postpandemia puede acentuar la persecución, siempre mal entendida, de la finalidad epicúrea: el placer como vía hacia la felicidad. Compensar las privaciones pasadas con el desfogue colectivo. Ya se habla de eso. Los locos años veinte un siglo después, aunque con otro marco. El estoicismo, por su parte, predicó por activa y pasiva cómo lidiar con la adversidad. Séneca reconocía que incluso cuando creemos que las cosas se han puesto realmente feas, pueden empeorar. Y así lo vamos comprobando. Día tras día.
En ese espacio virtual, donde lo físico se ha encogido a su mínima expresión, más aún tras la pandemia, redoblan las emociones y cámaras eco como motores primarios activados a distancia que, incubados en sus recovecos e impulsos singulares, se transforman fácilmente en pasiones desbocadas. Pero, aun así, es barullo lo que se oye. También Marco Aurelio precisó que no es en la pasión sino en la acción donde se muestra el mal, igual que la virtud no está en la pasión sino en la acción. El problema es que ahora todo se entrevera: al menos, se calienta la olla con pasiones manifestadas mediante proclamaciones instantáneas o acciones virtuales en las redes sociales. Y luego viene el resto.
John Sellars nos conduce magistralmente a las aplicaciones prácticas que tiene la filosofía estoica en nuestro particular hábitat actual: “El ruido incesante, las interrupciones, las noticias, los medios de comunicación, las redes sociales: todo esto nos exige tanta atención que llegar a concentrarse por completo en algo y terminarlo se convierte en una tarea casi imposible”. La ansiedad se apodera de nuestra existencia, el narcisismo virtual se transforma en pandemia, la velocidad desorbitada y sin sentido es la hoja de ruta de innumerables personas (cada vez más por cierto), que (re)quieren desmedidamente estar para ser. O ser constantemente vistos para existir y sentir que están. Todo ello produce un estado de inquietud ingobernable, cuadros de ansiedad por tener más seguidores o más me gusta que los demás, que a muchos termina desequilibrando u ocupando buena parte de su existencia virtual, incluso real. Cuantas más comodidades se tienen, y más posibilidades potenciales o artificiales hay de relacionarse, más desasosiego y desencanto se detecta. “Aprender a vivir”, como dice el autor, es la receta estoica, aunque deba aplicarse durante toda la vida. Y ello requiere reservarse tiempo para uno mismo. También sosiego.
El culto a lo banal, no era del agrado de Séneca (por ejemplo, criticaba el “cocerse al sol”), pues la vida es muy breve y se trata de aprovecharla. El discurso de la (inevitable) muerte está siempre muy presente en el pensamiento estoico. Séneca, por ejemplo, se interrogaba al respecto: “¿Ignoras que uno de los deberes de la vida es el de morir?, afirmando que “toda vida es de corta duración”. En realidad, decía, la vida era como una obra de teatro: “Importa no el tiempo, sino el acierto con que se ha representado”. También censuraba la estúpida creencia de que la muerte solo llama a la puerta de la vejez y no también a la juventud -muy oportuna la reflexión en pandemia, por cierto- “pues no somos convocados a ella según el censo”.
Vivir en comunidad es necesario, aunque a veces no sea fácil. Los estoicos se involucraron en política, a diferencia de la visión más distante de los epicúreos, pero esa triada de pensadores vivió en una etapa convulsa (siglos I y II) del Imperio Romano. Cuando ese Imperio comenzaba su lento declive hasta su hundimiento siglos más tarde. Y en esa centralidad del arte de gobernar muy asentada en la ética, el carácter (y la virtud) tienen -como recogió Massimo Pigluicci- “un papel predecible en política”. En ese dominio de la acción, como es la política, “la sabiduría práctica (es la que) permite atravesar aguas traicioneras y siempre cambiantes”. No cultivar la virtud o el carácter puede conducir a hundir la propia reputación o la integridad del gobernante: “tenemos que saber lo que vale nuestra integridad”, pues “una distracción momentánea y aparentemente inocua puede ser desastrosa” (Cómo ser un estoico, Ariel, 2018). La fibra moral es la cualidad más necesaria en quienes hagan política, con frecuencia olvidada y hasta denostada o preterida. Epicteto señalaba que “es la vergüenza y no el dolor físico lo que derriba al ser humano”. Aunque, hoy en día, algunos la hayan perdido por completo. Ya lo decía Marco Aurelio, “es preciso estar recto, no que te pongan recto”.
Si bien el repaso a las líneas básicas de la filosofía estoica que se concretan en estas Lecciones de estoicismo pueden parecer muy elementales (sin duda al consagrado especialista así se lo parecerán), cuando menos son una generosa y estimulante invitación a la lectura de las obras de Séneca, Epicteto y Marco Aurelio, particularmente de las Epístolas Morales a Lucilio (una selección en las Cartas filosóficas, ya citadas), Manual de una Vida y Meditaciones, como obras reiteradamente citadas en este libro de los tres pensadores estoicos.
Así que, si no lo han hecho ya y siempre que les estimule tener una vida más plena, este librito de apenas 100 páginas de John Sellars es una buena puerta de entrada en el pensamiento estoico, que se puede luego completar con otras muchas obras especializadas que abundan en el mercado editorial. El cierre del libro que hace el autor sintetiza su objeto: “Todos podemos, así lo espero, sacar provecho de pensar en los asuntos que preocuparon a los estoicos. Pero el verdadero beneficio llega solo cuando uno incorpora esas ideas a la vida cotidiana”. Ahí es donde empiezan las dificultades, pero también los retos.
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