MIRADAS SOBRE LA DIGITALIZACIÓN (II). REMEDIOS ZAFRA: «EL ENTUSIASMO».

 

 

“Según la frase de Goethe, el entusiasmo no es un ‘arenque salado que pueda conservarse muchos años’. El entusiasmo en sí mismo, es un estado emocional de corta duración” (Stefan Zweig, La desintoxicación moral de Europa y otros escritos políticos, Plataforma Editorial, 2017, p. 66)

 

La mirada incisiva: Remedios Zafra (Precariedad y trabajo creativo en la era digital)

Esta segunda reseña gira, tal como se decía en el anterior Post, sobre el reciente libro de Remedios Zafra (El entusiasmo. Precariedad y trabajo creativo en la era digital) que ha obtenido el Premio Anagrama de Ensayo de 2017. La frescura del trabajo no es solo temporal sino también de enfoque. En este sugerente y lúcido ensayo la autora se enfrenta a otra cara de la digitalización y, sobre todo, a otras consecuencias. Tomando como referencia un tema aparentemente acotado (el trabajo creativo en la era digital y su marcada precarización), el libro desborda constantemente esos estrechos márgenes y nos sumerge en un relato-ensayo  con incursiones estético-filosóficas plagado de ideas-fuerza y no exento de puntos críticos a las conexiones entre digitalización y neoliberalismo, así como de la feminización que la precariedad del trabajo digital adquiere, lo que proyecta en la figura de Sibila, presente en buena parte del discurso. Tal como dice la autora, “Sibila es entusiasta y trabajadora. Su nombre es Cristina, María, Ana, Inés, Silvia, Laura …, incluso cuando es Jordi o Manuel, siempre está feminizada”. Es el hilo conductor que mueve la obra, ciertamente muy acabada.

Sibila es entusiasta y creativa. Observa perpleja cómo “a ella se le dice cada día que su trabajo creativo es una afición; es decir, que debe contentarse con trabajar gratis”. Sibila es también joven, aunque cada vez menos (“la juventud se apaga con el tiempo”), si bien ahora la juventud se estira hasta pasados los cuarenta, más aun cuando la precariedad se instala: “No está claro en qué momento de la vida real se aplazó a un futuro que siempre se pospone, mientras los jóvenes envejecen como becarios, interinos frustrados, cuidadoras, camareros y teleoperadoras”.

El entusiasmo lo sitúa la autora en los trabajos culturales (digitalizados, precarios y, en buena parte, feminizados), pero también en los de investigación y “cada vez más en el contexto académico”. La pareja “pobreza-creación” (investigación o docencia universitaria precaria) rememora tiempos pretéritos, aquellos en que, según Adam Smith, se decía que “estudioso y pordiosero” eran casi sinónimos. El entusiasmo  “sostiene el aparato productivo, el plazo de entrega y tantas noches sin dormir, los procesos de evaluación permanente, una vida competitiva”. El acompañante de esa soledad es “la pantalla”, y el motor la “búsqueda de la hiperactividad”. Internet ha democratizado la creación, sin embargo “no es bueno que los pobres creen”, aunque hoy lo puedan hacer, pero más bien como acción entusiasta que en calidad de trabajo remunerado y dotado de una mínima estabilidad. Esta rara vez surge. Aparece, en cambio, en escena “una generación de personas conectadas que navega en este inicio de siglo entre la precariedad laboral y una pasión que les punza”. Ella da origen al entusiasmo, también alimenta la espera.

La maquinaria entusiasta todo lo invade. Y sus efectos se dispersan por la red, se hacen visibles. Siempre se prefiere al entusiasta y no al triste. El entusiasmo es objeto de una instrumentalización capitalista que tiene a la precariedad como efecto más visible. Las redes son su medio. El pago más fácil, en tanto que rápido, es el “pago con los ojos”: la visibilidad frenética que alimenta la vanidad. Y mientras tanto se espera.

Solos y conectados.

Este tema está reflejado en el libro con sugerentes aportaciones y miradas inquietantes: “Sibila se detiene y advierte que pasa casi todo su tiempo trabajando (conectada) o sola en casa, que sus relaciones con los otros son cada vez más livianas”. Hay una multitud de solos conectados. Ella encuentra placer en lo que hace, también cierta emancipación, pero la precariedad de sus trabajos no hace arribar dinero o solo de forma puntual. Pero pronto emerge el fracaso. Todo es muy visible, pero se enfatiza la apariencia. Y, mientras tanto, espera. Al principio finge, pero el paso de los años, conforme envejece (o pasan los años), la impostura cuesta más. Algunas veces sueña con un trabajo seguro, incluso pasa por su mente preparar “oposiciones” para acceder a la Administración Pública; pero en este país la mayor parte de ellas son de mentira: pretenden aplantillar a quienes (hagan lo que hagan) ya están y cierran el paso a quienes (con talento) quieren entrar. Trucos de prestidigitación “selectiva” y procesos de generar frustración a raudales a las “Sibilas” de turno. Tomen nota aquellos que las anuncian a bombo y platillo, así como quienes defienden esos procesos trucados (empleador débil y sindicatos).

Objetivar como única forma “aceptable” de valorar

El mundo universitario debería prestar atención a las incisivas reflexiones de la profesora Remedios Zafra sobre “la cultura indexada y el declive de la academia”. La producción académica se alimenta de índices de impacto. Se desprecia “el conocimiento libre”. Es muy común escuchar (quien escribe también lo ha padecido): “Lo que usted hace no corresponde a esta área”. La sentencia es contundente: “La academia parece haber sucumbido a una inquisitoria racionalidad apoyada en tres pilares: precariedad, burocracia y objetivación numérica”. Dicho de otro modo: La cultura académica es “cultura envasada”. Prima “dónde se publica” antes de “qué se publica”. Las áreas de conocimiento son compartimentos estancos, autistas al resto, se retroalimentan a sí mismas: viven ensimismadas. ¿Esa es la creación universitaria?

El dominio de “las pantallas” es, hoy en día, obvio: “Hace tiempo que la imagen y el pantallazo se rebelaron frente a la reflexión pausada”. La mentira de las redes radica en que agrupa “a personas que piensan muy parecido”. Ante la saturación, solo vemos “aquello que está más accesible, voces más influyentes o las redes afines que habitamos”.

Solapar la virtualidad. La pantalla como realidad suficiente.

“Muchas personas como Sibila conforman sus ficciones como parte de su vida”. Para ello, “la pantalla ayuda, la precariedad empuja”. La ayuda de la pantalla tiene que ver con “una mirada esquinada”, cercana a la posverdad y alimentada en la soledad de su habitación. Nuestro mundo está cada vez más mediado por las pantallas. Lo virtual y real se confunden, se mezclan. Pero, como bien advierte la autora, las redes sociales donde habitan los entusiastas “son espacios con apariencia pública pero bajo control e ideación privada”. La política –como también señala- ha delegado el poder “en la economía y en las industrias digitales”. Mirar y ser mirado. La imagen se convierte en centro de atención, pero es una imagen falsa y efímera: “100 fotos intentando que mi barriga salga bien”, decía Essena O’Neill, una joven modelo. Obviamente, la imagen buena es la que circuló finalmente por las redes.

Espacios y cuerpos

El ensayo-relato va creciendo en intensidad. Se nota su contacto con el arte y la estética. La vida material del entusiasta es objeto de atención en esas páginas. Se describen agudamente las condiciones de trabajo de los entusiastas: “Los cuerpos de los entusiastas pasan largas horas, largos días en sus cuartos conectados”. Se abrazan a solas y desean a distancia. La habitación de Sibila es como todas: una habitáculo de las mismas características, cuyo centro de atención es la pantalla. Sibila es una mujer sentada. Trabaja muchas horas. No se queja. Espera, siempre espera. Viaja a una Universidad extranjera, pero trabaja en casa. En su habitáculo. Igual que el de miles o decenas de miles de personas interconectadas.

Precariedad y deseo. La sensibilidad digitalizada.

La tecnología procura a los entusiastas todo tipo de recursos o artefactos sustitutivos fragmentarios del cuerpo, sobre todo cuando están distantes. “Es el molde vacío lo que activa la imaginación y encierra el deseo”. Internet es un “territorio idóneo para el amor y la fantasía”. Pero, a pesar de todos los avances -con su visión feminista- el tacto y el olor (también habría que añadir el gusto) están ausentes. Se pretenden sustituir por el “ocularcentrismo occidental”. No es lo mismo.

Cultura feminizada y valor del empleo

En Internet la práctica creativa “ya no es minoritaria y se normaliza y difunde con facilidad”. Se confunden, así, las fronteras entre el trabajo profesional y el amateur, entre la afición y el trabajo. La tesis de Remedios Zafra es que “la precariedad se feminiza como nudo de los trabajos que difícilmente se emancipan”. En tiempo de mensajes rápidos, como también subraya, nadie opta por lo que exige tiempo: “La prisa es uno de los grandes inventos capitalistas, y funciona”. Pero el entusiasmo cultural, investigador o académico, puede derivar fácilmente en una precariedad clamorosa teñida de una “competencia brutal” o, por ser más gráfico, de puro exterminio o sálvese quien pueda. El pago inmaterial o no económico “en el rico se convierte en prestigio y en el pobre en frustración”. Hay que buscar trabajos para “vivir”. Y eso es lo que intentará finalmente Sibila. Una llamada inesperada le conduce al lugar que la sociedad todavía le sigue deparando: cuidar de su madre enferma. La vulnerabilidad femenina una vez más. Cuidado y mujer se abrazan. Signo de tiempos estáticos.

Cultura y precariedad

La sentencia de la autora es evidente: “La vida de los entusiastas es una vida constantemente aplazada”. La pasión de un trabajo creativo y la propia precariedad en un mundo conectado se alimenta en no pocas ocasiones de “proyectos encadenados en una lógica de visibilidad”. En la comunicación digitalizada se revaloriza el parecer frente al ser. La sociedad digitalizada se construye sobre “las apariencias” (por emplear el concepto de Guy Debord en su clásica obra La sociedad del espectáculo). Tal como señala Remedios Zafra: “La sobreexposición mediática vuelve hiperpresente a las voces más altas o más estrafalarias; esas que ‘aparentan’ y se apoyan en lo emocional (…) y las masas activan a golpe de clic”. Pero en esa precariedad digital tan reiterada hay algo familiar, como también recuerda: “ahora muchos trabajos se pagan con reconocimiento y visibilidad, por mucho tiempo el trabajo de las mujeres se pagó con dependencia y amor”. Y no es inocente esa analogía, tal como subraya, pues “el entusiasmo es fácilmente utilizado para valerse de quienes trabajan gratis”. Trabajadores hipermotivados o becarios siempre abundan.

Dos tesis más cierran el círculo de este recomendable libro. La primera: El “capitalismo cultura”, que todo lo vende y todo lo compra, “precariza y entretiene como norma y diferencia a los prescindibles metiéndolos en la rueda de la pobreza y el entusiasmo fingido, prometiendo un futuro que siempre se aplaza y se apaga. La segunda: Dicho lo anterior, “la creatividad que surge del entusiasmo sincero es un arma que debe ser radicalmente libre, urgentemente valorada”. Un hilo de esperanza en un marco ciertamente sombrío. Sinceridad versus fingimiento.

Y el libro acaba con el habitual desfallecimiento del entusiasmo. También Emerson recordó el carácter efímero del entusiasmo. Pero esa reflexión acaba con alguna receta, aunque paradójicamente no esté acabada. Sibila aparenta abandonar, tirar la toalla y desdoblar su vida futura por otros derroteros (de ficción y de mutación). Pero la luz final parece estar en la alianza: quien crea  se resiste a ser borrado. Y allí se descubre alguna salida: “la conciencia, la solidaridad y la resistencia” como valores-guía. Superar ese individualismo solitario y reencarnar un sujeto que se hace “plural y político” es su propuesta. Algo, no obstante, difícil de materializar en un contexto en el que –como la autora reconoce páginas atrás- “los malos políticos (son) incapaces de atar lazos, y siempre (están) polarizando el conflicto”. Y algo también difícil de obtener en una sociedad digitalizada altamente monopolística donde el consumo desaforado y el control de las redes sociales no parece que tengan (al menos de momento) vuelta atrás.  Habrá que acostumbrarse a vivir en ese espacio digital. No hay otra.

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