MIRADAS SOBRE LA DIGITALIZACIÓN (III). LAMBERTO MAFFEI: “LA GRAN TELARAÑA”

 

“No fuisteis creados para vivir dispersos”

(Roberto Casati, Elogio del papel, Ariel, 2015, p. 110)

 

“Miramos nuestra tableta, pero nuestra tableta también nos mira”

(Timothy Gaston Ash, Libertad de palabra. Diez principios sobre el mundo conectado”, Tusquets, 2017, p. 84)

 

La mirada inquietante: Lamberto Maffei (Elogio de la rebeldía)

El delicioso libro de Lamberto Maffei objeto de esta reseña (Elogio de la rebeldía, Alianza Editorial, 2017) es continuidad de otro publicado por la misma editorial en el año 2016 e igualmente estimulante: Alabanza de la lentitud. En ambos libros, de corta extensión, el autor aborda incidentalmente la sociedad digitalizada y nos pone en guardia, en su calidad de investigador jubilado de neurobiología, sobre las consecuencias y trastornos que para el cerebro puede ocasionar el uso intensivo de las tecnologías o de los dispositivos. La tesis del libro Alabanza de la lentitud era en sí mismo muy inquietante, pues advertía de la hipotética falta de desarrollo del cerebro (hemisferio izquierdo) como consecuencia de la pérdida o abandono de determinadas formas de reflexionar, estudiar y pensar, al ser sustituidas por la rapidez e inmediatez que ofrecen los dispositivos o las máquinas, especialmente por el debilitamiento de la memoria y la activación de la visión. Es la tercera mirada de esta entrega. Cada obra con un enfoque distinto. Esta muy sugerente y preocupante.

En este libro vuelve sobre el tema, pero especialmente en dos capítulos (“La gran telaraña” y “¿Qué diría Galileo”?), el primero y segundo de la citada obra. Lamberto Maffei no solo es un científico retirado con una mirada incisiva, sino también una persona de una notable cultura, como acredita a lo largo de esos dos trabajos citados. Nos advierte en la introducción que “la tecnología y la globalización han creado soledad, provocada por un exceso de estímulos, por una saturación de todos los receptores y, en particular, de los auditivos y visuales, que inducen a una actividad frenética del cerebro”. Y cierra magistralmente su reflexión: “Una soledad que podríamos denominar la paradoja de la soledad, puesto que en apariencia es todo lo contrario. Es la soledad de un cerebro que, solo en una habitación, envía y recibe noticias únicamente a través de mensajeros instrumentales informáticos, pero que a menudo ha perdido el contacto afectivo con los demás. El cerebro excesivamente conectado es un cerebro solo”. Y conviene poner en cursiva el adverbio, aunque el autor no lo haga. No puede tener mejor comienzo el libro.

El capítulo dedicado a la “gran telaraña” (Buyng-Chul Han lo califica como El enjambre) reflexiona sobre la red de comunicaciones y su impacto sobre la actividad cerebral, pues no en vano es un especialista en tal ámbito. Reitera la tesis de su libro anterior: “La velocidad de comunicación de la red afecta también al cerebro, y desvía su funcionamiento hacia el pensamiento rápido, en perjuicio del pensamiento lento, que es la base de la reflexión y de la decisión responsable”. El uso y abuso de las redes supone que muchas personas que tienen poco que decir hagan mucho ruido, mientras quienes tienen algo interesante que aportar queden enterrados entre tanto mansaje cruzado. Hay que saber discriminar, pero eso no es fácil en la edad de la aceleración, requiere tiempo y buen uso del mismo; por tanto, pensamiento lento, lectura y reflexión. Algo que ya no se estila. No está de moda.

Los cambios que realmente se están produciendo los detecta perfectamente Maffei: “La araña de la comunicación ha empezado a interesar más al ojo que al oído (…) más al cerebro visual que al del lenguaje”. El autor, experto en la dimensión visual del cerebro, deja muy claro que la imagen ya está destronando a la letra en Internet. Y ello tiene consecuencias: “Las imágenes tienen una vía preferente en el cerebro humano, y prefieren el hemisferio derecho”. Pero dice algo más: “Las imágenes pueden ser portadoras de información falsa, (pues) pueden ser objeto de fáciles manipulaciones por parte del emisor del mensaje”.

El libro incide en que “los circuitos que están en la base del pensamiento son complejos, y requieren muchos minutos u horas, y a veces días o incluso plazos más largos”. La sociedad de la instantaneidad y de la aceleración ya no comulga con esos ritmos. No se puede pensar rápidamente, menos aún de forma instantánea. Requiere su tiempo. Y este, mal entendido, es escaso en la sociedad digitalizada. Las consecuencias son dramáticas y forma parte integrante de la tesis que el autor ya enunciara en su anterior libro: una posible involución del cerebro humano en las próximas décadas. Es lo que se conoce como atrofia, también puede darse. “El pensamiento, la reflexión y el razonamiento precede a la acción”, como señala correctamente el autor. El hemisferio izquierdo se ha especializado en el lenguaje, cuya producción y recepción es lenta, mientras que el derecho, “visual-espacial, presenta mecanismos vinculados a la supervivencia y a las respuestas rápidas”. Mal se actúa cuando uno se precipita en el juicio o en la opinión. Y en eso las redes son el campo propicio. El clic instantáneo, el peor enemigo.

En el segundo capítulo (“¿Qué diría Galileo?”), Maffei platea sugerentes cuestiones (tales como la aparición de nuevas formas de demencia senil derivado de la digitalización), pero son sus reflexiones sobre tecnología y sociedad (u “hombre-máquina) las que especialmente interesa destacar aquí, pues están muy distantes de las percepciones de Judy Wajcman en su libro Esclavos del tiempo, también reseñado en este Blog. Dos enfoques distintos.

El autor trae a colación una opinión atribuida a Einstein, sencillamente magnífica: “Los ordenadores son increíblemente rápidos, precisos y estúpidos. Los hombres son increíblemente lentos estúpidos e inteligentes. El conjunto de los dos supone una fuerza incalculable”. Pero rápidamente advierte de una serie de consecuencias negativas que el uso (abuso, diría) de los dispositivos digitales tienen sobre las capacidades humanas, “porque algunas propiedades, como las de cálculo y la memoria, se han trasladado sin más al instrumento, mientras que otras, como las de capacidad de concentración, de argumentación, de interés por el motor del conocimiento tienden a debilitarse”. Y, concluye, el autor de modo magistral: “Estos efectos están entre los factores no desdeñables que han provocado la crisis de la enseñanza y su devaluación como suministradora de valores”.

En fin, el libro discurre luego por otros senderos (idolatría del dinero, condenados a dormir o la plutocracia, son algunas de las cuestiones que seguidamente se tratan), aunque tangencialmente vuelve al tema de Internet y del tiempo, así como de la aceleración o velocidad de nuestras vidas en la era digital.  Ya Condorcet, como nos recuerda Maffei, advertía sobre que “el despotismo vive de la ideología de la inmediatez”. Esa reflexión está cargada de actualidad, por más que fuera hecha hace más de doscientos años. La cultura se alinea con la reflexión y no con la inmediatez. Y algo está cambiando profundamente en nuestro entorno y en el propio cerebro humano sin apenas percibir su radical afectación: “El hipocampo y la corteza cerebral, principales sedes de la memoria, parecen haber perdido su importancia, pues han sido sustituidas por la memoria de los ordenadores, o simplemente de las tablets y los teléfonos inteligentes”. Pero Maffei va más lejos (y sus líneas de contacto con la argumentación del libro El entusiasmo, de Remedios Zafra, son evidentes: la cultura está hoy en día esclavizada por el mundo económico. Y las TIC forman parte esencial de ese mundo. No lo olviden.

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