DESARROLLO SOSTENIBLE EN LA “EDAD DIGITAL”

portada_las-edades-de-la-globalizacion_jeffrey-d-sachs_202011251541

“La gobernanza para el desarrollo sostenible requerirá muchísima construcción de consenso. Será un trabajo difícil” (p. 253)

Presentación

En un sugerente libro, escrito antes de la pandemia, pero editado en España en febrero de 2021, con el título de Las edades de la globalización, Jeffrey D. Sachs aborda en sus dos últimos capítulos lo que enuncia, por un lado, como “La edad digital” y, por otro, “Guiar la globalización en el siglo XXI”. La obra es de notable interés para entender cómo hemos llegado aquí y cómo abordar los enormes desafíos a los que se enfrenta la Tierra y sus habitantes, así como (por lo que importa a esta entrada) sus instituciones públicas, en este incierto y complejo siglo en el que nos ha tocado vivir. No cabe duda que la crisis Covid19 ha venido a ensombrecer más aún algunos de los diagnósticos que se contienen en este libro, que en cierta medida (aunque con un enfoque muy diferente) me ha traído a la memoria la espléndida obra de Bruno Latour, Dónde aterrizar. Cómo orientarse en política, (Taurus, 2019), que ya reseñé en su día, si bien en este libro la digitalización como reto no formaba parte de su análisis central.

Aun así, Sachs reconoce en el prefacio que la crisis Covid19 no hará sino reforzar algunas de sus líneas-fuerza, pues tal período -argumenta- “requerirá una gran atención y sensibilidad hacia la justicia social a la hora de aplicar medidas eficaces frente a la enfermedad”. En verdad, esto ha sido así, parcialmente. Las llamadas a la cooperación que el autor hace, han caído en saco roto, al menos en buena parte. La globalización se ha visto tocada, pero no hundida. Probablemente emerja. No obstante, habrá que ver qué tipo de sociedad surge tras la crisis.

En todo caso, lo que sí parece cierto es que dos de las tesis del autor siguen plenamente vivas. Por un lado, el hecho evidente de que nos hallamos en esa séptima era de la evolución social e institucional de ese largo proceso de globalización, que denomina “Edad Digital”. Una digitalización que la crisis Covid19 ha acelerado, como también empujarán en esa línea las medidas de recuperación puestas en juego por la Unión Europea (transformación digital). Por otro lado, el papel estelar que la Agenda 2030 y los ODS tendrán en el diseño y ejecución de las políticas durante los próximos años, también entreverada con las políticas de financiación europea de la transición verde. Aunque la pandemia ha afectado y retardado la entrada en juego de lo que se denominó como la década de acción de la Agenda 2030 (realmente, 2021-2030), sus objetivos y metas diseñados siguen manteniendo su plena vigencia.

La “Edad Digital” y desarrollo sostenible

Como séptima fase de la evolución del camino hacia la globalización -edades que el autor estudia a través de la interacción de la geografía, la tecnología y las instituciones-, el siglo XXI nos sitúa en el mundo de la omniconectividad; de tal modo que “la revolución digital es tan profunda” que bien se puede calificar de “séptima edad” en ese largo tracto histórico. Como las edades anteriores, este período en el que ya estamos inmersos “creará nuevos patrones de actividad económica, trabajos, estilos de vida y geopolíticas globales”. Sin embargo, hay un “acontecimiento crítico” que complica sobremanera este incipiente período: “una crisis ecológica (sin parangón) causada por el hombre que asola el planeta”. Las grandes conquistas anteriores del proceso de globalización (especialmente durante la Edad Industrial) han sembrado las semillas de esta crisis intensa ecológica: “el cambio climático inducido por el hombre, la destrucción masiva de la biodiversidad y la grave contaminación del aire, los suelos, el agua dulce y los océanos”, así como el “tamaño de la población mundial, su estructura de edad, su distribución por regiones y la proporción del mundo que vive en áreas urbanas frente a la que vive en áreas rurales”, son enormes desafíos mucho mayores y más intensos que la actual pandemia, que al fin y a la postre no es más que una manifestación de tales desajustes en la gestión de nuestro entorno vital.

La primera conclusión del autor es muy obvia al respecto: “Nuestros sistemas sociales y políticos estarán sometidos a una gran tensión ante los cambios radicales que se avecinan”, por mucho que sean legión (especialmente entre nuestros gobernantes o políticos, pero también entre los funcionarios y la ciudadanía en general) quienes adoptan una actitud distante o cuando menos nada activa en la práctica frente a tamaño desafío.

La revolución digital

La obra se adentra en este punto por un terreno más conocido, y por tanto no me detendré apenas en su examen. Ciertamente, el autor aporta reflexiones que en general son compartidas sobre “las máquinas inteligentes” y sobre el uso de “redes neuronales artificiales” como pilar de la inteligencia artificial. Recoge citas clásicas a Turing y a “ley de Moore” en el crecimiento exponencial de las tecnologías, más aún en esta etapa altamente disruptiva, pero muestra, algo que también es compartido, las dos caras de la digitalización: los avances tecnológicos que sin duda proporcionarán cambios disruptivos en muchos ámbitos de la vida social y económica, pero también se plantean dudas de hasta qué punto los objetivos de la ONU de alcanzar en 2030 el fin de la pobreza extrema y de la desigualdad se puedan ver afectados directamente por la fuerte irrupción de esa revolución tecnológica.

En efecto, frente a la ventana de oportunidad que comporta la digitalización para la efectiva puesta en marcha de la Agenda 2030 (una línea de actuación hasta ahora muy difuminada en todos los niveles de gobierno, a pesar del empuje inicial, también por parte de la Unión Europea), el autor no oculta los riesgos que tal situación comporta, que los ordena en torno a tres, que son los siguientes. A saber.  

Aumento drástico de la desigualdad económica

Su análisis, como decía, es anterior a la pandemia, contexto que ha multiplicado los niveles de desigualdad, tanto internos (dentro de cada país) como externos (entre los países). Internamente, hay segmentos reducidos de la población que se están enriqueciendo más y otros más amplios (en torno al tercio) que viven protegidos o en mejor situación o, si se prefiere, con expectativas intocadas; lo que obliga a una actuación compensatoria ineludible, si se quiere evitar que la situación se torne más explosiva. Es más, como bien dice Sachs, “los avances tecnológicos llevan las semillas de una creciente desigualdad, ya que las nuevas tecnologías crean ganadores y perdedores”. Son cuestiones muy conocidas, aunque no del todo asumidas: “En general, los futuros ganadores del mercado laboral serán los que tengan habilidades más altas que las máquinas no pueden desplazar”, mientras que “los perdedores serán los trabajadores cuyas tareas son más fácilmente reemplazadas por los robots y la inteligencia artificial”. La desaparición de muchos puestos de trabajo (realmente tareas) afectará a numerosos sectores, también al de servicios y al sector público, y entre ellos el de servicios administrativos (que serán las primeras tareas en automatizarse)).

Las soluciones que propone Sachs están muy transitadas, pero no por ello es improcedente recordarlas: ante el empobrecimiento o pérdida de poder adquisitivo de determinadas capas (cada vez más amplias) de la población, el establecimiento de mecanismos de compensación fiscal que redistribuyan rentas; y frente a la pérdida de empleos por parte de los trabajadores o empleados menos cualificados (aunque esta ola tecnológica alcanzará de lleno también a bastantes titulados o graduados universitarios, sobre todo a sus perfiles profesionales), el autor se inclina porque quienes tienen esas carencias (por ejemplo, en competencias digitales o de otra naturaleza) puedan adquirir mejores habilidades “a través de la educación y la práctica”. La duda está en si eso será posible y en qué casos.  Concluye así el autor en que la revolución digital ayudará sin duda al desarrollo, pero también puede cortar en algunos países las vías tradicionales del desarrollo económico. Y aquí invoca la necesaria solidaridad internacional, tantas veces ignorada.  No olvidemos que la revolución digital, al menos en sus primeros pasos, no creará tantos empleos como los que destruya. Y luego ya veremos.

El reto de los límites planetarios y los riesgos de conflicto

Ambas ideas forman parte del segundo y tercer riesgo de la edad digital, y no derivan de ella, sino que marcan su contexto. A su juicio, “los problemas medioambientales pueden parecer aún más desmoralizantes”, en cuanto (según muchos analistas) irresolubles. La multiplicación por cien de la economía mundial en los dos últimos siglos incorpora una presión medioambiental desconocida hasta ahora. Hay conciencia, aunque no en todos los niveles, de que hemos llegado a una situación crítica. Sin embargo, el autor ve también signos de esperanza: cambios tecnológicos que ayuden medioambientalmente, energías renovables, alteraciones de dieta, mejora de diseño de los edificios, etc.

Pero, sin duda, donde acierta Jeffrey D. Sachs, es en el siguiente aserto: “La clave de la sostenibilidad, en resumen, es la transformación de las tecnologías en conductas que pueden producir el mismo PIB, o uno más alto, con un menor impacto medioambiental”. La conciencia cívica y gubernamental sobre la sostenibilidad medioambiental es imprescindible; pero siempre será muy desigual. Y, frente a semejante desafío existencial, “nuestro reto es planificar de forma meticulosa y sensata”; aunque, como reconoce ulteriormente, la planificación conlleve inevitables ajustes: “Necesitamos una planificación dinámica y adaptativa”. Así, pone en boca de Eisenhower la siguiente expresión: “los planes son inútiles, pero la planificación lo es todo”. Si bien, la planificación en un marco de desarrollo sostenible solo puede ser multidimensional y requiere un pensamiento sistémico que acabe con concepciones sectoriales o departamentales, pretendidos niveles de gobierno autosuficientes y soluciones pésimamente llamadas de “cogobernanza”, que a ningún sitio conducen, salvo a confundir los conceptos. La Gobernanza incluye las relaciones gubernamentales multinivel. No hace falta más ocurrencias baratas.

El riesgo de conflicto, según este autor, sigue persistiendo. Con frecuencia olvidamos que las guerras son posibles. En 1910 en Europa nadie, apenas, visualizaba las dos Guerras Mundiales que asolarían su territorio y exterminarían a parte de su población. La aparente tranquilidad actual (con armas destructivas muy superiores) no debe hacernos bajar la guardia. Como dice Sachs: “Si la historia puede darnos lecciones, una de ellas es que hay que pensar lo impensable, y después trabajar con diligencia para evitar los peores escenarios”.

No está todo perdido: el papel de la Agenda 2030 en un futuro inmediato

Frente a tales desafíos, el autor identifica cuáles son las medidas para ajustar esos retos y encauzarlos de forma debida, y entre varias soluciones esboza la siguiente: “Incluso tenemos un nuevo enfoque que goza de consenso mundial y capaz de proporcionar una hoja de ruta para la acción”. Ese nuevo e importante enfoque es el desarrollo sostenible y la Agenda 2030.

Frente a tales riesgos antes enunciados, una de las recetas más importantes de este libro es la de que “la era Digital nos pide que inventemos maneras más eficaces de gobernar un mundo globalmente interconectado”. Y es aquí donde entra en juego el desarrollo sostenible, que debe hacer frente a los tres riesgos enunciados, con una tríada de soluciones medioambientales, sociales y económicas, inspiradas en un modelo de buena Gobernanza. Por tanto, lo que se busca es un triple resultado; prosperidad económica, inclusión social y sostenibilidad medioambiental. Sin estas tres premisas, las Edad Digital será un absoluto fiasco para la humanidad. Los ODS –como recuerda el autor- deben priorizar la política diaria (algo que todavía no se está haciendo), el activismo de las sociedades civil (muy residual también) y las estrategias del sector empresarial (donde conviven experiencias de interés con algunas apariencias que sirven para edulcorar de verde las marcas comerciales; ¡hasta en Davos 2021 parece haberse redescubierto la necesidad de los ODS!).

A modo de cierre

En fin, como concluye este autor, las exigencias del contexto conducen a que, al menos algunas de esas respuestas, se inspiren en “el espíritu socialdemócrata”. Pero ello no traduce la ecuación de que las soluciones las aporten posiciones políticas populistas, dado que –como bien señala Sachs- “los países a la vanguardia mundial en el cumplimiento de los ODS son los del norte de Europa”. También son estos países los que ofrecen una satisfacción vital de su ciudadanía más evidentes.

Este “redescubrimiento” de la socialdemocracia nórdica (podríamos añadir la neozelandesa), por lo demás muy bien defendida entre nosotros por Víctor Lapuente, se asienta en dos premisas fundamentales:  en un estilo muy marcado de Gobernanza  (que no tiene nada que ver con nuestro particular e inoperante pleonasmo de la cogobernanza y nuestra igualmente ineficiente gestión pública), así como en un espíritu social imbuido de un alto sentido de la responsabilidad personal y ciudadana. Sin duda, como señala el autor, ello da lugar a servicios públicos de calidad contrastada, pero también –añado- con alta presión tributaria (hay que pagarlos) y con excelentes profesionales en la función pública reclutados por exigentes procesos selectivos, sometidos en su continuidad a sistemas de evaluación del desempeño permanentes, así como con directivos públicos profesionales y, por tanto, una clase política ubicada perimetralmente en un espacio mucho más limitado (muy alejada de las expresiones de elefantiasis política que ofrecen nuestras Administraciones Públicas). Por tanto, bien está que nos inspiremos allí, pero si lo hacemos que sea en todo. No cojan el rábano por las hojas.

La Agenda 2030 y sus ODS son, por tanto, una guía firme para revertir (o al menos intentarlo) una complejísima situación en la que se encuentra el planeta, dotando a todas las políticas de sentido medioambiental, inclusivo e igualitario. Y, en este punto, como concluye Sachs, “la doctrina de la subsidiariedad proporciona un importante marco conceptual para la provisión de bienes públicos”, puesto que la provisión de bienes y servicios públicos “debería ser gestionada en la escala más baja de la gobernanza viable”. Dicho en términos más gráficos, en los niveles locales o autonómicos de gobierno. Algo que también siempre olvidamos, más en este abandono endémico que lo local tiene en la agenda política española. En todo caso, sin cooperación leal e intensa, nada se logrará. Un problema global, por mucho empeño que le demos, no se resuelve (aunque pueda corregirse) con miradas parciales. Sobre ello se extiende el autor en la parte final de su obra, y allí reenvío al lector interesado. 

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s