LOS ORÍGENES DEL CATALANISMO POLÍTICO Y EL CONCIERTO ECONÓMICO

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“Caurà’l dret, enmudirà la llengua, s’esborrarà fins el recort de la seva existència, mes per dessota de les ruïnes seguirà bategant l’esperit del poble presoner del dret y la llengua y el poder d’un altre poble, però lluitant sempre y espiant l’hora de fer sortir altre cop a la llum del dia la seva personalitat característica”

“Caerá el derecho, enmudecerá la lengua, se borrará hasta el recuerdo de su existencia, mas por debajo de las ruinas seguirá latiendo el espíritu del pueblo, prisionero del derecho y la lengua y el poder de otro pueblo, pero luchando siempre y aguardando la hora de hacer salir otra vez a la luz del día su personalidad característica”

(Enric Prat de la Riba, La nacionalitat catalana/La nacionalidad catalana, Biblioteca Nueva, 1998, p. 92)

Introducción

Tiempo de relecturas. Como decía Royard-Collard, « je ne lis pas, je relis ».  Fascinante tarea, más cuando se entrevera con un presente que también fue pasado y que será futuro.

Hace 26 años, mis entonces compañeros catalanes del Departamento de Derecho Constitucional de la UPF, sensibles a mis excursiones por la Historia de las ideas, me reglaron el libro La nacionalitat catalana, de Prat de la Riba, en edición bilingüe. Lo leí entonces y lo he releído ahora. En esa obra se contiene la cita que abre esta entrada, una reflexión que luego se reproduciría en otros términos más políticos por Francesc Cambó y que en boca de este político (sin duda inspirada en el libro de Prat de la Riba) se haría famosa por lo que de predicción sobre el ser de Cataluña representaba a las puertas de una terrible contienda cainita como fue la Guerra Civil española. En efecto, en un discurso parlamentario en las Cortes republicanas de 1934, Cambó decía:

“Porque no os hagáis ilusiones. Pasará este Parlamento, desaparecerán todos los partidos que están aquí representados, caerán regímenes, pero el hecho vivo de Cataluña subsistirá”.

La cita está tomada de la obra de Borja de Riquer, Cambó. El último retrato (Crítica, 2022, p. 388). En verdad, esta entrada pretendía abordar un análisis de la citada obra, tras su relectura reciente. Pero, la también relectura de la obra de Enric Prat de la Riba, junto con las Memòries (1876-1936) de Francesc Cambó (Alpha, Barcelona, 2008), además de iniciar la relectura de la extensa biografía en tres tomos de Jesús Pabón sobre Cambó  (Alpha, 1952), que leí tempranamente cuando estaba enzarzado con la edición del libro sobre mi tesis doctoral, me han hecho corregir mis intenciones iniciales y, como consecuencia del pulso político inmediato que nuestra atención anega, he optado finalmente por dedicar este espacio a exponer algunas ideas en torno a los primeros e incipientes pasos del catalanismo político, momento en el que allá por los años 1898-99 se planteó abiertamente la reivindicación, luego no atendida, de un Concierto económico para Cataluña. Tendría consecuencias.

Tal como reconocía Tocqueville, en su magna obra El Antiguo Régimen y la Revolución, escrita ya en su madurez intelectual (1856), “la Historia es una galería de cuadros donde hay pocos originales y muchas copias”. La demanda del Concierto se volvió a plantear a finales de la década de los setenta del siglo XX, pero los políticos nacionalistas de entonces no consideraron adecuado asumir el riesgo financiero unilateral que comportaba tal régimen económico. Tampoco los catalanistas políticos finiseculares decimonónicos hicieron, en verdad, una bandera exclusiva de tal reivindicación, pues tal demanda fue liderada principalmente por sectores industriales y comerciantes a fin de atenuar los presumibles impactos tributarios que implicarían las fatales consecuencias del Desastre del 98.

Ciertamente, poco o nada tiene que ver el contexto actual con el pretérito, pues el liderazgo de tal demanda es actualmente del catalanismo independentista, con claros objetivos de disponer de más recursos por parte de la Hacienda Pública catalana (más poder de caja para una política territorial y clientelar), aunque tampoco tal iniciativa la verán mal los sectores financieros, industriales y empresariales catalanes siempre que atenúe sus actuales gabelas tributarias o mejore sus expectativas inversoras en comparación con las existentes en la Hacienda común. Pero cuando menos me ha parecido curioso e interesante plantear este tema, enmarcado en lo que es la crisis entonces existente de la idea de España como consecuencia de los efectos del Desastre del 98. El contexto actual, ya anticipo, es muy distinto, la idea de España -al menos de momento- está consolidada en un escenario de la Unión Europea y, sin perjuicio de sus enormes déficits estructurales y también no menos letales dudas que plantea su futuro inmediato y mediato, contrasta con una Cataluña en franca decadencia en estos momentos, que ya no es -al menos tanto como lo fue- el motor (casi) exclusivo de industrialización de España, aunque siga manteniendo un importante y nada despreciable peso económico-financiero. Algo ha cambiado profundamente desde entonces, y no solo es el paso inevitable del tiempo.

Los orígenes de catalanismo político y el Desastre del 98

No cabe duda que el catalanismo cultural y lingüístico estaba plenamente incubado a finales del XIX. El catalanismo político había recibido un impulso evidente con las Bases de Manresa (1892). Sin embargo, su expresión orgánica y menos aún su batalla electoral, en un sistema atravesado por arraigadas prácticas de caciquismo electoral, estaba aún lejos de lograrse. La obra de Almirall fue, asimismo, un detonante. Pero sin el estrepitoso derrumbe de los fragmentarios restos imperiales de España tras el Desastre del 98, nada hubiera sido igual. El país se sumió en una profunda crisis de identidad. Y la necesidad de repensarlo todo, tanto la política como el Estado, se fue abriendo paso. En ese marco, las reivindicaciones, aun incipientes, del catalanismo político encontraron un buen huerto para ser plantadas, si bien la impotencia de la política del turno pacífico para impulsar medidas audaces de regeneracionismo institucional fue manifiesta. Y las plantas fueron marchitando, con algunos frutos, tardíos y menores, que terminaron apareciendo (Mancomunidad catalana). Conviene detenerse en el contexto, pues da algunas claves.

Aunque el profesor Borja de Riquer, extraordinario conocedor de ese período, ha reformulado algunas de las tesis más bien muy benevolentes que sobre Francesc Cambó formuló en su día Jesús Pabón, así como  cuestionó la autocomplacencia y sus no menores olvidos que el político catalán mostró en sus Memorias, o la hagiográfica mirada que Josep Pla escribió (por encargo del biografiado) a finales de la segunda década del siglo XX sobre Cambó en tres tomos, no es menos cierto que todas esas obras (sin duda, entre ellas las De Riquer y Pabón) también dan algunas claves importantes para entender este importante período de la Historia de España y de la emergencia del catalanismo político.

La evidente y humillante derrota frente a Estados Unidos en 1898 comportó la caída del Gobierno Sagasta.  Pero antes incluso, a finales de aquel infausto año, uno de los generales del Desastre, García Polavieja, se convirtió en adalid o símbolo de una pretendida e instantánea regeneración. Ciertamente, había tenido la capacidad predictiva de intuir lo que venía, si bien no fue el único ni mucho menos. En un ensayo reciente que he llevado a cabo, cuyo libro aparecerá en septiembre (Juan Valera. Un liberal conservador en la España de los turrones Athenaica, 2024), el diplomático y escritor, buen conocedor de la realidad cubana al haber sido embajador en Washington, ya anticipó el desastre y la más que previsible pérdida de la isla caribeña. La intuición de Polavieja fue un punto más allá, al escribir que “en vez de querer impedir a todo trance la independencia de Cuba, que empeño vano sería, (había que) prepararnos para ella”. El hecho evidente es que la autonomía llegó tarde y el Desastre ya se mascaba. Y nadie quiso o pudo prepararse para la independencia de la isla.

El impacto de la derrota fue brutal. Aunque en las calles y vida de sus gentes se disimulara, lo que no hacía sino tapar la evidencia. En ese contexto, una comisión de “cinco presidentes” de entidades catalanas, por iniciativa de los polaviejistas, fueron a visitar a la Regente, todo ello en un marco de desorientación del país y de desmoralización general. Uno de aquellos mandatarios catalanes era el afamado doctor Robert, quien plantea ante la Regente las demandas. El primer gobierno Silvela, formado en marzo de 1899, acogió formalmente esa necesidad de regeneración. Entonces el doctor Robert aún no era catalanista. Su conversión, como el propio Cambó recuerda en sus Memorias, muy dadas siempre a la autoalabanza, fue gracias a su constancia en convertirle a la incipiente causa catalanista. Como dice Pabón, “Cambó le acabó de catequizar”. Lo realmente importante es que el doctor Robert, persona de elevado prestigio profesional y de honestidad a carta cabal, fue nombrado (entonces los designaba el Gobierno) Alcalde de Barcelona. Su inicial apoliticismo fue dando paso a un cada vez mayor compromiso catalanista.

Pues bien, dentro de las demandas que los presidentes formularon a la Regente y trasladaron luego al Gobierno Silvela, que las asumió en principio, se recogía -como recuerda De Riquer- una amplia descentralización administrativa, que comportaba la creación de una Diputación catalana, así como un concierto económico, aparte de reivindicaciones propias del Derecho civil catalán y de mayor protagonismo la lengua propia. El Gobierno Silvela incorporó como Ministros al propio general Polavieja y a Durán y Bas. Sin embargo, el calamitoso estado de las finanzas tras el Desastre y el empeño del Ministro de Hacienda de incorporar nuevos tributos para hacer frente a esa situación financiera hizo pronto olvidar tales compromisos. La propuesta de descentralización administrativa fue muy tibia, mientras que el Concierto Económico, a imagen y semejanza del que disponían los territorios vascos, fue enterrado sin discusión.

Tal parálisis comportó, por un lado, que el general Polavieja dimitiera en septiembre de 1899 y Durán y Bas hiciera lo mismo como Ministro de Justicia en el mes de octubre. La política fiscal del Ministro Villaverde tuvo consecuencias más drásticas, puesto que la iniciativa de aprobar un régimen de concierto económico era principalmente una propuesta del empresariado y de las clases medias, que temían que una reforma fiscal les acribillara entonces a impuestos, como así sucedió. La respuesta social, aunque también política, fue la negativa a pagar tales tributos (Tancament de caixes), un movimiento impulsado por los gremios que se negaban a pagar tales contribuciones. La contestación fue in crescendo, incluso con canciones callejeras y xiuladas a los políticos (fueron manifiestas en la visita de Dato en 1900). Una de aquellas canciones decía:

Treballem a Barcelona

Per mantener els de Madrid

Pro ha vingut la resistencia

I poden dir: Bona nit!

Cambó, entonces aún un joven político en formación, ya apostó en algunos de sus tempranos artículos periodísticos por un nuevo “enfoque fundamental de la política”, consistente en entreverar Tradición y Libertad, enjuague del que nacería el nuevo catalanismo, no sabemos con qué dosis mayor de ambos elementos. El movimiento del “cierre de cajas” terminó con embargos a los insumisos, que el propio Alcalde de Barcelona debía firmar, lo que condujo también a su dimisión. El doctor Robert ya estaba alineado con el catalanismo. Su muerte prematura e inesperada en 1902 fue una gran pérdida para el catalanismo por el enorme prestigio que atesoraba.

El contexto en política lo marca todo

Es necesario enmarcar esos hechos en el contexto, que al fin y a la postre define la realidad del problema. No hay que ser muy incisivos a la hora de deducir que las simpatías políticas del temprano catalanismo político iban dirigidas hacia los insurgentes cubanos, como así lo expone Cambó en sus Memorias. La Unión Catalanista, en junio de 1898, ya había calentado motores, como recuerda Pabón: “Ahora verá (el pueblo catalán) cuán peligroso es para su prosperidad el actual desequilibrio existente entre nuestra gran fuerza económica y nuestra nulidad política dentro de España”. Tras la discutida guerra, vino el Desastre y la repatriación de “aquellos millares de cadáveres vivientes”, que desmentían “los milagros de la unidad y de la centralización” (Doménech), y que varaban en el puerto de Barcelona. Joan Maragall escribió entonces su Cant del retorn:

Tornen de batalles // Venin de la guerra, //i ni portem armes, penons ni clarins

Se impone, entonces, un sentimiento de que lo catalán está atrapado en un cuerpo inerte, sin vida, que es la España de entonces. Una vez más el poeta Joan Maragall, lo expresa con crudeza: “Aquí hay algo vivo, gobernado por algo muerto, porque lo muerto pesa más que lo vivo y va arrastrándolo en su caída”. Parece evidente que, en ese particular contexto, “el catalanismo crece” (Pabón). Encuentra, por fin, un terreno fértil sobre el cual cultivar sus aspiraciones frustradas; pues la España finisecular es, efectivamente, un cuerpo apenas con vida. Además, los errores en cadena de una clase política turnista (y sin capacidad alguna de regeneración efectiva) agravará los iniciales síntomas de un problema sin saber encontrar ninguna solución, solo remedios paliativos tardíos, de contingencia y nada eficientes. Allí se incubó también todo. Y luego se enredó, por una persistente cadena de fatales errores.

Las elecciones legislativas de 1901 con los escaños de los “cuatro presidentes” ya agrupados en la Lliga Regionalista, fue el primer y decidido paso. Las elecciones municipales del mismo año permitieron la entrada de los catalanistas (y entre ellos de Cambó) en el Ayuntamiento de Barcelona (una ventana política extraordinaria) frente al particular predominio tradicional de los partidos dinásticos o republicanos. Hubo tiempo de penitencia por la fuerte irrupción del lerrouxismo. Años más tarde la creación de la candidatura electoral Solidaridad Catalana (1907), tras los incidentes de 1905-06, promovida por Salmerón y aceptada por Cambó y Prat de la Riba, dio más peso aún a un catalanismo incipiente, que ya venía sufriendo desde sus primeros pasos las tensiones entre los “evolucionistas” (Cambó y Prat) frente a los catalanistas más apolíticos o que se negaban a participar en un sistema político altamente corrompido. Luego vendrían los desgarros, que algunos llegan hasta hoy (aunque los evolucionistas hoy en día son testimoniales frente los esencialistas o lo que hoy conocemos como independentista, que compiten entre ellos un tanto infantilmente por acreditar quién es más puro en sus esencias). Pero eso es otra historia, que ahora no interesa.  Lo cierto es que el Concierto Económico se planteó entonces y no tuvo concreción alguna. Los partidos dinásticos, como expuso Borja de Riquer, “no podían asumir las demandas económicas del empresariado catalán”, tampoco lo hicieron con las políticas. Pero el peso determinante de la lucha por el Concierto Económico (nada que ver con la actualidad, al menos formalmente) fue casi exclusivamente empresarial y no tanto política, aunque también.   

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